domingo, 11 de diciembre de 2011

TEMA 4. El teatro clásico europeo. El teatro isabelino en Inglaterra. Shakespeare y su influencia en el teatro universal. El teatro clásico francés.

EL TEATRO CLÁSICO FRANCÉS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. AUTORES


PIERRE CORNEILLE

   Corneille (1606-1884) tuvo sus primeros éxitos con un teatro que no contemplaba los preceptos, hasta que en 1636 se representó su obra "El Cid", inspirada en "Las mocedades del Cid" de Guillén de Castro. La obra obtuvo gran éxito, pero también suscitó una enconada polémica, ya que los preceptistas le reprocharon que no se ajustara a las normas clásicas, en un momento en el que el Clasicismo se imponía con fuerza. El dramaturgo aceptó las críticas y en sus siguientes obras acató los preceptos que se le demandaban. Escribió entonces sus mejores tragedias: "Horacio", "Cinna" y "Poliuto". 
   También fue un importante comediógrafo. En este terreno destacan "Mélite" y "El mentiroso" (imitando "La verdad sospechosa" de Ruiz de Alarcón). Recibió importantes reconocimientos, pero hacia la mitad de siglo su fuerza creadora se fue debilitando y, aunque aún escribió numerosas obras, no volvió a obtener el éxito conseguido con las anteriores. 
    A Corneille se le reconoce el mérito de haber diseñado el modelo de la tragedia francesa, que posteriormente desarrolló y mejoró Jean Racine, más joven que él. 


JEAN RACINE

   La educación jansenista de Jean Racine (1639-1699), de una acentuada severidad moral, lo marcó profundamente en su concepción de la tragedia, impregnada siempre de un grave pesimismo. Sus personajes viven siempre insalvables dramas interiores provocados por pasiones irrefrenables. De este modo, el amor aparece en sus tragedias como un sentimiento destructivo marcado por la fatalidad.
   El estilo de sus tragedias es elevado, sobrio y elegante, y están estructuradas con un rigor absoluto; todos los elementos dramáticos están estrictamente al servicio de la acción, la cual plantea una única crisis conducida con mano segura hacia un desenlace inexorable y desgraciado.
    Aunque su producción literaria es abundante, la creación de sus más grandes tragedias se concentra en unos pocos años: "Andrómaca" (1667), "Británico" (1669), "Berenice" (1670), "Ifigenia" (1674) y la que se considera su obra maestra, "Fedra" (1677).


JEAN-BAPTISTE POQUELIN, MOLIÈRE

   Jean-Baptiste Poquelin, más conocido por el seudónimo de Molière (1622-1673), está considerado como uno de los grandes dramaturgos de todos los tiempos. Nació en París en 1622; hijo de un tapicero real, recibió una esmerada formación con los jesuitas, lo que le auguraba un porvenir acomodado, pero a los 20 años renunció a él para dedicarse al teatro. Con 21 años fundó junto a la familia Béjart su propia compañía teatral, con la que recorrió Francia, alternando el oficio de actor con la creación de sus propias obras. Tras su regreso a París en 1658, comenzó a obtener sus primeros éxitos con divertidas farsas en las que ya se entreveían las comedias de caracteres, que acabaron por consagrarlo. Su crítica social le granjeó enconadas enemistades; sin embargo, gozó de la protección de Luis XIV. En 1673, durante una representación de "El enfermo imaginario", sufrió un ataque y murió pocas horas después
  Molière es el creador de la comedia moderna, en la que funde los elementos cómicos de la farsa tradicional francesa e italiana (la Commedia dell' arte) con la descripción de los vicios y las virtudes de la sociedad de su tiempo y  un penetrante análisis de la psicología de sus personajes ( todos ellos verosímiles y reconocibles por el público). Estos elementos se ensamblan con una extraordinaria habilidad teatral, a través de diálogos muy vivaces.
 Aunque tuvo que doblegarse a las normas clásicas, no lo hizo sin advertir que una comedia podía ser excelente sin respetarlas. Su objetivo era el de divertir al gran público («la gran regla de todas las reglas es gustar»), pero, por medio de la diversión, consiguió hacer una crítica de la falsedad e hipocresía de su época. Conocedor y admirador de la comedia latina de Plauto, dio vida a una serie de personajes y de debilidades humanas a los que pone en ridículo en sus obras: el avaro amante del dinero en "El avaro"; el nuevo rico, en "El burgués gentilhombre"; la mujer pedante y pretenciosa en "Las preciosas ridículas"; el médico de lenguaje oscuro, en "El médico a palos" o en "El enfermo imaginario" y, por último, la religiosidad hipócrita, en el "Tartufo". Esta obra fue prohibida por el arzobispo de París por impía, y "La escuela de las mujeres", una apología de la tolerancia y la libertad de educación, fue acusada de licenciosa e inmoral.
  En algunos textos, la sátira de Molière se tiñe de amargura y pesimismo, lo que da lugar a las llamadas «obras graves»: el ya mencionado "Tartufo";"El misántropo", que recrea el tipo de quien siente odio hacia el ser humano y la sociedad, y el "Don Juan o el festín de piedra", en el que el personaje de Tirso de Molina  se convierte en un joven rebelde, frío y analítico que se complace  en transgredir todas las normas éticas.

1. [Tartufo se ha ganado la confianza de Orgón, por lo que frecuenta su casa. Sin embargo, los otros miembros de la familia (Elmira, su segunda mujer, Cleanto, el hermano de esta, Damis y Mariana, hijos del primer matrimonio de Orgón, y Dorina, la doncella de Mariana) lo detestan. Tartufo, con su hipocresía, tiene obnubilado a Orgón, el cual solo tiene ojos para él]:

ORGÓN.–Permitidme que, para disipar preocupaciones, me informe un poco de las últimas nuevas de por aquí. (A Dorina.) ¿Todo ha ido bien en estos días que he estado fuera? ¿Cómo están todos?

DORINA.–La señora tuvo ayer una calentura que le duró hasta el amanecer y una jaqueca que no os podéis imaginar.

ORGÓN.–¿Y Tartufo?

DORINA.–¿Tartufo? A las mil maravillas. Gordo y rollizo, reluciente, colorados los labios…

ORGÓN.–¡Qué alma de Dios!

DORINA.–Al caer la noche el ama tuvo unas fuertes náuseas y no pudo en la cena probar bocado, pues le duraba todavía el fuerte dolor de cabeza.

ORGÓN.–¿Y Tartufo?

DORINA.–Cenó él solito, delante de ella y con mucha devoción se comió dos perdices, con la mitad de una pierna hecha picadillo.

ORGÓN.–¡Qué alma de Dios!

DORINA.–El ama pasó la noche sin poder pegar ojo. Con unos sofocos que le entraron no pudo dormir: hasta el amanecer hubimos de velar a su lado.

ORGÓN.–¿Y Tartufo?

DORINA.–Ganado por un sueño dulcísimo pasó a su alcoba nada más levantarse de la mesa. Se metió al punto en su lecho, bien calentito, y allí… sin rechistar, hasta la mañana siguiente.

ORGÓN.–¡Qué alma de Dios!

DORINA.–Al final, convencida por nuestras razones, se resolvió a la sangría y el alivio fue casi inmediato.

ORGÓN.–¿Y Tartufo?

2. [Orgón desea casar a su hija Mariana con Tartufo, pese a la oposición de toda la familia y de ella misma, prometida con Valerio. Tartufo, por otra parte, aumenta cada vez más su hipocresía, porque es capaz de proponer adulterio a Elmira cuando antes se ha mostrado ridículamente púdico ante Dorina]:

TARTUFO.–(Viendo a Dorina.) Laurent, guardad mi cilicio y mi disciplina y rezad a Dios para que siempre os ilumine. Si viene alguien a verme, decidle que estoy con los cautivos, repartiéndoles el dinero de las limosnas.

DORINA.–¡Cuánta jactancia y cuánta fanfarronada!

TARTUFO.–¿Qué queréis?

DORINA.–Deciros…

TARTUFO.–(
Saca un pañuelo de su bolsillo.) Por Dios, antes de empezar a hablar, coged este pañuelo.

DORINA.–¿Cómo?

TARTUFO.–Cubríos ese pecho, que no querría mirarlo. Con cosas semejantes se quedan las almas turbadas y así llegan los malos pensamientos.

DORINA.–Bien sensible sois a las tentaciones, que el ver la carne tanto os altera. En verdad no sé qué sofocos son esos que os entran: lo que es a mí no me vienen tan fácilmente los deseos, que en cueros habría de veros y no me habríais de tentar.

TARTUFO.–Poned un poco de recato en vuestro lenguaje u os dejo al punto.

DORINA.–No, no, soy yo quien va a dejaros tranquilo, que no tengo más que dos palabras que deciros. La señora va a bajar aquí, a la sala, y os pide que le concedáis la merced de un momentito de charla.

3. [Damis, hijo de Orgón, ha presenciado el cortejo de Tartufo a Elmira, y se lo cuenta a su padre, el cual, en vez de censurar a Tartufo, cae rendido ante la confesión de su pecado, y le hace donación de sus bienes. Pero Elmira, resuelta en que su marido averigüe la perversa hipocresía de Tartufo, pide a Orgón que se esconda para que presencie una escena entre ella y Tartufo, en la que ella muestra un hipócrita amor por él para desenmascararle con sus mismas armas. Orgón escucha la pésima impresión que tiene Tartufo de él, y se presenta ante Tartufo]:

TARTUFO.–(Sin ver a Orgón.) Todo se une para hacerme feliz. He pasado revista a todos estos aposentos: nadie se encuentra en ellos; mi alma, radiante de felicidad…

ORGÓN.–(
Deteniéndole.) Despacio, amigo, que os dejáis llevar demasiado por vuestros ardores y no debierais abandonaros así a las pasiones. ¡Así que, hombre virtuoso, me pretendéis deshonrar! ¡Cómo sucumbe vuestra alma a las tentaciones! ¡Os casabais con mi hija, cuando estabais deseando a mi mujer! Mucho me ha costado creer que estuvierais hablando en serio, que no podía dejar de pensar que de un momento a otro ibais a cambiar de tono. Mas ya está bien de pruebas. Con las que tengo me basta y no quiero más.

ELMIRA.–(
A Tartufo.) Va contra mi talante hacer todo lo que he hecho; mas me han puesto en el trance de trataros así.

TARTUFO.–¿Cómo? ¿Creéis?

ORGÓN.–¡Ea, sin escándalos, hacedme la merced! Salgamos de aquí, y sin más dilaciones.

TARTUFO.–Mi intención…

ORGÓN.–Todas esas palabras ya están fuera de lugar. Habéis de salir al punto de la casa.

TARTUFO.–Sois vos quien de ella habéis de salir, vos que habláis como si fueras el amo: esta casa me pertenece y así haré que se me reconozca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario